EL AUTOR Y LAS2ORILLAS


IDesmentir: un vicio que se ancla a la cultura

"Un país que le apuesta a la manipulación y a la mentira, nunca podrá lograr su desarrollo y menos establecerse en el reconocimiento digno, público y provechoso"
Por: HECTOR ARTURO GOMEZ MARTINEZ diciembre 19, 2017
Este es un espacio de expresión libre e independiente que refleja exclusivamente los puntos de vista de los autores y no compromete el pensamiento ni la opinión de Las2Orillas.
Desmentir: un vicio que se ancla a la cultura
Esa extraña capacidad de la mayoría de dirigentes para negar acusaciones buscando tapar el sol con el dedo de una mano, resulta una nefasta pero consuetudinaria costumbre que ya ni siquiera desconcierta, sino que, tal como están las cosas, acrecienta cada vez más la desconfianza e incredulidad de la opinión pública en sus líderes y en las mismas instituciones, acostumbrada como está, no a vislumbrar a personalidades o a entidades capaces de afrontar con seriedad y sabiduría cualquier crítica o algún cargo imputado, desarrollando refutamientos lógicos y veraces que destruyan las sindicaciones, o la misma cizaña de las imputaciones falsas si ese fuere el caso, sino a asistir al espectáculo deprimente y mediocrizado de las declaraciones mentirosas, amañadas y ladinas, que solo despiertan una respetabilidad de pacotilla, cuyo modus operandi consiste exclusivamente en negar hasta la saciedad los delitos detectados, sin plantear la contundente claridad de una defensa que demuestre la certeza e inocencia frente a las acusaciones desatadas, contribuyendo a mantener la impunidad, el descreimiento o la duda, y logrando incluso elevar al imputado a falsos sitiales de astucia y heroísmo ante la consecuente absolución por falta de pruebas, posición a la que los eleva una sociedad enfermiza y distorsionada por el oportunismo que se ejerce sin pudor y sin medida.
La modalidad es cotidiana y obedece a esa folclórica mentalidad que identifica las humanas imperfecciones, por la cual se pretende exaltar las apariencias para que no se noten en público los defectos y deficiencias personales o institucionales, mientras en la intimidad se mantienen las mentiras, la inmoralidad y la incoherencia de las actuaciones cotidianas, creyendo y haciendo creer en la intachable honestidad de los comportamientos, mientras en el trasfondo se acrecienta el Leviatán de todas las falsedades ejercidas.
No hay mañana en la que no se escuchen acusaciones cargadas de razón y lógica u otras que conllevan su carga de maledicencia y de mentira, ni día en que no surjan verdades que no admiten discusión ni controversia, en tanto envuelven a quienes posan de impolutos. Pero instantes después de conocida la denuncia o en la siguiente entrevista desatada, el delatado se vuelve acusador si es que no resulta un beato de las más excelsas condiciones, en virtud a su parapeto repetitivo y único, falaz, cínico y manipulador, que repite el estribillo de que todo de cuanto se le incrimina es falso; que es fruto de persecuciones y campañas orquestadas por los contradictores y enemigos políticos; que los untados de corrupción y por tanto criminales de cuello blanco son precisamente, y al contrario de lo dicho, los mismos que levantan el dedo para lanzar imputaciones sin razón ni sentido, convirtiendo todo en un juego simultáneo de explicaciones que no convencen a nadie, y que develan esa malicia de la cual la mayoría de sindicados hacen gala, mientras buscan a quien culpabilizar sin reconocer ni siquiera de lejos la más voluminosa de sus faltas, saliendo casi siempre airosos de esos lances recubiertos de una impunidad exultante, encubridora y agresiva, que en nada contribuye al liderazgo y a las directrices sociales requeridas para marchar hacia el desarrollo integral y hacia el progreso.
Si se aceptara la verdad en vez de camuflarla, negarla o eludirla, y aflorara una conducta que la admite, está dispuesta a reconocer los desaciertos y a enmendarlos, y decide actuar hacia el futuro rectificando la conducta desde la humildad de los arrepentimientos convencidos, empezando incluso desde cero y sin la imposición de condiciones si fuere necesario, se enrumbaría a la sociedad por el sólido camino del deber ser, el buen hacer, el bien tener, hasta llegar al bien estar, por el que deberían desenvolverse todas las actuaciones públicas y privadas, al actuar con la libertad que decretan las verdades reveladas y admitidas, que generan aquellos espacios donde se construye la justicia, como cimiento indeleznable y sólido de la consecuente paz a la que la sociedad entera por ese camino se hace merecedora.
Pero como a la verdad se le teme más que a la cárcel con que se castigan los delitos demostrados y juzgados, y por eso se esconde y difumina para que no sea ni conocida y menos divulgada, la política generalizada es desmentir cada entuerto que se endilga, no dejar rastros físicos de las mezquindades con que se revisten las actuaciones que no convienen publicitarse, y en últimas recurrir a la inmemorial práctica de hacerse las víctimas para aparecer como perseguidos y no como agresores y victimarios, generando una cultura de la mentira y de las apariencias que crece con las conductas solapadas como bola de nieve, arrastrando en ello un comportamiento individual y colectivo, que solo acarrea el deterioro generalizado y el exterminio final de todas las sociedades que históricamente han incurrido en estas prácticas.
Así que mientras la luz de la verdad personal y social no se acepte ni aflore con la convicción y plenitud de quien en forma alegre, humilde y decidida la establece como punto de partida para transformar su actitud y su conducta, estaremos condenados a repetir la historia y a persistir en las equivocaciones que perpetúan la descomposición y el deterioro, recayendo cada vez en una injusticia que produce rebeldía y genera violencia mientras labra una irreconciliación interminable y tormentosa, en la que permaneceremos sumergidos mientras no se acepte la franqueza integral y completa, no se recapacite en los errores ni se reconsidere la actitud, la conducta y las políticas sociales que han fomentado la exclusión y el enfrentamiento, y no se inicie la construcción de los espacios de inclusión, de tolerancia y de oportunidades que desarrollen e impulsen la capacidad y los alientos, desatando el desarrollo y el progreso sistémico que beneficie a la comunidad y a las personas.
Solo de esa forma seremos libres para enrumbar a la nación y ubicarla en los sitiales que únicamente forjan la honorabilidad y solidez de los actos planificados y trabajados dentro del marco de la honestidad, la disciplina, la preparación continua y los propósitos claros y definidos. Sin embargo, un país que le apuesta a la manipulación y a la mentira, nunca podrá lograr su desarrollo, y menos establecerse en el reconocimiento digno, público y provechoso con que se premia el esfuerzo de los triunfadores, y de aquellos que con decisión y convencimiento han sabido superar sus debilidades y fracasos, para instalarse en el éxito y en la culminación de sus emprendimientos.
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Itinerario de un rebelde con causa

"Entre tantas situaciones que se narran está esta que refleja una de tantas vivencias en las que se busca un mejor estar social y económico"
Por: HECTOR ARTURO GOMEZ MARTINEZ junio 29, 2017
Este es un espacio de expresión libre e independiente que refleja exclusivamente los puntos de vista de los autores y no compromete el pensamiento ni la opinión de Las2Orillas.
Itinerario de un rebelde con causa
Foto: Mexican Times
Detrás de la masificación de las noticias, transcurre el drama o la comedia humana que pocas veces se comenta o se publica de no ser por las anécdotas contadas alrededor de la familia o de un pequeño círculo de amigos. Ahora que —ojalá y por mucho tiempo— se levanta el paro del magisterio tras los acuerdos logrados que se espera sean duraderos y cumplidos, entre tantas situaciones que se narran está esta que refleja una de tantas vivencias en las que se busca un mejor estar social y económico que pocas veces, siendo honestos, se logra con firmeza. Esta es la historia....
Después de varios intentos infructuosos, en los que la necesidad acosaba los sentidos, un Licenciado en Educación logra acercarse en audiencia privada al Gobernador de turno, para hacerle presuroso la siguiente propuesta:
—Señor Gobernador: con el respeto que usted se merece, quiero pedirle, si no es mucha molestia, se sirva ayudarme a conseguir un traslado a una población más cercana a la capital; llevo ocho años trabajando como profesor en Puebloperdido, y el salario que percibo es insuficiente para mantener a mi familia en la ciudad, mientras yo vivo solo y alejado, pagando por aparte todos los servicios, obligado a desentenderme de los cuidados que merecen mi mujer y mis hijos.
— Gravísima situación, pero con mucho gusto lo tendré en cuenta— responde el funcionario. —Basta que seas hermano de mi gran amigo Eloy Guerra, a quien Dios tenga en su Gloria, para ordenar inmediatamente tu reubicación.
— Gracias, Doctor, muchas gracias – responde emocionado el maestro, ostentado en los ojos un nuevo brillo de satisfacción y orgullo.
— Faltaría más— complementa el Gobernador — Conozco perfectamente las precarias condiciones de transporte, la pobreza del corregimiento, y todas esas circunstancias que obligan normalmente a salir a la capital sólo una vez cada seis meses. De manera que el próximo lunes vienes directamente a esta oficina para hacer la disposición correspondiente; tráeme eso si los documentos personales y demás certificados que acrediten tu experiencia.
Tras la efusiva despedida, el profesor corre hacia la casa familiar, pleno de optimismo en el logro definitivo de sus aspiraciones; busca y rebusca diplomas y certificados varios; escribe a máquina mil y una notas explicativas; saca fotocopias a documentos públicos y privados; hace las autenticaciones respectivas; paga impuestos por los derechos causados; busca fotografías recientes y logradas; deja a su familia algún otro dinero para los tramites restantes, y al día siguiente, con la responsabilidad que lo caracteriza, marcha a su escuela remota, utilizando los medios de trasporte sometidos a la buena voluntad de los conductores de vehículos, y a las disposiciones vigentes entre los propietarios de cabalgaduras.
A la semana siguiente, y sólo para cumplir la cita acordada con la máxima autoridad gubernamental, regresa nuevamente a la ciudad con el tiempo justo para cambiar de vestuario y estar de alguna forma presentable, encaminándose presuroso al despacho del Gobernador, quien lo recibe muy atento después de una corta y tranquila espera.
—Aquí estoy, Doctor, como lo ordenó— dice quedamente el Licenciado, apretando la mano que le ofrece el gobernante.
—Ah, si… ¿Mmmm?... ¿Para qué era? — interroga sonriente el mandatario, envuelto en un aire de inocencia que no podría confundirse con olvido, sino más bien con el exceso de trámites atendidos y múltiples compromisos afrontados.
— Para lo de mi traslado como profesor a una población más cercana — le dice angustiado el maestro, sintiendo como el corazón le late aprisa ante la percepción de una negativa a su propósito.
— ¡Ya, ya, claro! —dice entonces el Gobernador golpeándose la frente para que acudan los recuerdos, que por un instante parecieron extraviarse en los vericuetos de todos sus archivos. —Inmediatamente te hago una nota para que la lleves al Secretario de la Rama Educativa, quien hará el traslado conforme a lo acordado; así que vete de una vez a su oficina y habla con él sobre el asunto.
El profesor recuerda entonces el tiempo empleado hasta ese día solicitando el cambio; el dinero gastado en los trámites rigurosos del sistema establecido; las invitaciones a funcionarios de segunda categoría que le aseguraban la ventura, (sin que tuvieran en realidad ninguna injerencia valedera), y todas esas circunstancias difíciles de la gestión, que ahora, según la voluntad del mandatario, y por obra y gracia de su hermano muerto, parecía que se cumpliría.
Entretanto, el Gobernador había extraído de su pulcra chaqueta un bolígrafo plateado, y en una pequeña tarjeta donde figuraba en caracteres especiales su nombre y su rango, escribía con rapidez:
‘’Eduardo: el portador de la presente es hermano de Eloy Guerra y necesita un traslado urgente de su plaza de profesor a otra más cercana, por problemas que tú comprenderás. Él te explicará la situación. Espero lo atiendas inmediatamente como se merece. Gracias por la voluntad. Edmundo’’.
Con la certeza del mensaje en su agradecida mano, el profesor se dirige entonces al despacho del Secretario de la Rama Educativa, donde paciente pero eufóricamente espera una hora y cuarenta y seis minutos, hasta que se abre lentamente la gruesa puerta que separa el recinto, y un señor alto, de gafas doradas y vestido elegante, aparece en el umbral diciendo secamente sin mirar a nadie:
— Haga pasar al siguiente y no más por hoy; tengo junta a las tres en el Directorio—.
El siguiente, que no es otro que el Licenciado de la historia, al sentirse señalado por la mano de nieve de una secretaria impasible, se incorpora penetrando en la oficina del ejecutivo, quien tras los saludos y presentaciones de rigor lee detenidamente la tarjeta enviada, amparado en el pedestal en zancos de su lujoso escritorio. Luego dice secamente:
—Muy bien; haré los tramites respectivos; entretanto usted seguirá en su sede; regrese por aquí el mes entrante.
Sorprendido con la última determinación, que altera la certidumbre del traslado inmediato, el Licenciado no tiene más remedio que seguir con la carga asignada a su rutina, siendo sometido a un círculo vicioso de idas y regresos mensuales al Palacio Gubernamental, hasta el día inesperado en que el Gobernador amable abandona su posición, para pasar a la administración honrosa de cargos más elevados.
Es entonces cuando uno de los funcionarios que había logrado ubicarse en la Secretaría con el esfuerzo constante de su actitud de mendigo, curioso por las visitas del profesor y compadecido ante su fracaso, le explica crudamente la razón verdadera de su destino entre rieles.
—Mire — le dice — el Gobernador saliente enviaba tarjetas de recomendación escritas a dos tintas; en azul, cuando el caso presentado debía tramitarse efectiva y rápidamente; y en negro, cuando se quería distraer al visitante el tiempo necesario para que nunca se ejecutara la solicitud descrita.
Todo estaba claro. Se habían completado de esta forma nueve años tratando conseguir el cambio de la plaza de trabajo, sin haber logrado el propósito pese a los esfuerzos y ahorros invertidos.
Un día, a la plaza del pueblito donde el profesor prestaba sus servicios, llegaron unos hombres vestidos de camuflaje, barbados y con armas. Hablaron con el atribulado maestro que entonces se mostró alegre y decidido, y desde el día siguiente al inesperado encuentro, los niños de la escuela se quedaron asombrados, esperando que su viejo profesor apareciera…
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Nariño no solo es La Cocha, ni Las Lajas

"Aparte de estos lugares privilegiados por el turismo, existen recónditos parajes que los ojos acuciosos de un viajero podrían admirar"
Por: HECTOR ARTURO GOMEZ MARTINEZ enero 09, 2018
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Nariño no solo es La Cocha, ni Las Lajas
Foto: Bernardo Andrade Tapia
Si a cualquiera le preguntaran desprevenidamente "qué conoce usted de turismo en el departamento de Nariño", con seguridad le responderían: el Santuario de las Lajas, declarado no hace mucho el más hermoso del mundo (no en vano Pasto se conocía como la capital teológica de Colombia); la laguna de La Cocha (posible fuente de agua potable para la ciudad, de cumplirse los requisitos ambientales y ecológicos para desarrollar un proyecto multipropósito); el volcán Galeras (uno de los más activos y enigmáticos del planeta) y Bocagrande, en la Costa Pacífica por allá cerca de Tumaco, donde bajo la luna plateada el mar borda luceros en el filo de la playa, como dijera Faustino Arias Reynel en la canción de su autoría que más elogiamos quienes lo conocemos, titulada "Noches de Bocagrande". 

Pero aparte de estos lugares privilegiados por el turismo, existen recónditos parajes que los ojos acuciosos de un viajero podrían admirar, entre ellos el majestuoso enjambre de volcanes tocados con un gorro blanco que busca ser permanente, regalando el lanudo collar de su follaje y el vaporoso calor de sus aguas termales, sistema conformado por el Chiles, el Cumbal, el Azufral, y la porción colombiana del Cerro Negro, allá lindando la frontera con el Ecuador.
Quién no quedaría extasiado y al borde de un poema o de plasmar una pintura, al sumirse en los abruptos pliegues de Tajumbina, cerca de La Cruz del Mayo, por el norte de Nariño, degustando los cuyes más dorados y exóticos de la zona andina, y recibiendo en el lomo las cálidas aguas brotadas de la tierra con respeto a la caricia y al idilio?

O yendo hacia la costa, tras cruzar los parajes de la Nariz del Diablo en los que Guillermo Edmundo Chaves ubicara parte de la trama de su novela legendaria, Chambú, arribar a Barbacoas, cuna de la orfebrería nariñense, donde el oro alimenta la rusticidad de la existencia foránea y hacer añorar la riqueza extraída en el pasado por la ambición extranjera; y luego, en una lancha, o en un ‘potro’ fabricado con manos de esperanza, remontar la inquietud aparente del río Telembí, y entre mulatas de ébano y hercúleos negros dedicados al mazamorreo con el que extraen el metal precioso, adormecidos por el canto de los pájaros desembocar al río Patía, pensando en la bondad de los recursos hídricos del departamento, capaces de producir energía suficiente para abastecer al país entero, de implementarse toda la infraestructura. 

Aquí valdría la pena acampar sobre las aguas para acreditar la diversidad de relatos y leyendas, como la aparición del Riviel o de cualquier otro fantasma de los mencionados en la zona, para que luego, aferrados a la vida, llegar a Bocas de Satinga por un Océano Pacífico descarriado en el peligro de las olas, y ya en Tumaco, ser recibidos por la algarabía y la franqueza de sus habitantes, que tratan de alcanzar el desarrollo y el progreso que el centralismo siempre les ha impedido.
Los trapiches de Sandoná, población situada al occidente por la circunvalar que rodea al Volcán Galeras, y sus sombreros de paja toquilla, harían brotar la instantánea sed por el guarapo que destila la panela, y hasta el deseo por desarrollar industrialmente una producción que mantiene el encanto de la explotación casera, pero que aun así ha llegado a satisfacer el paladar de al menos un millón de japoneses.

Y qué decir de las tortillas de harina de Pilcuán o de los platillos de sabor autóctono que por allí se venden; del pollo cocido y luego frito, cuyo sabor no podría conseguirse mejor en ninguna parte de la vía existente entre Alaska y la Patagonia; del frito saltarín y apresurado que cualquiera devora sin recato frente a las drasticidades de una higiene puesta en vela por el polvo de un congestionado camino, en el que se detienen todos los vehículos que van o que regresan de su viaje a Ipiales o de cualquiera de las poblaciones del sur del departamento, incluida Túquerres, cuna de muchos intelectuales y uno de los lugares más altos de Colombia, donde la revolución de los Clavijos escasamente promocionada por el oportunismo de la historia, se adelantó a los afanes independentistas de la que sería la patria, incluido el movimiento de Galán y sus famosos comuneros. 

Cómo no explotar en volutas de alegría en las fiestas patronales de San Pablo a mediados de agosto, cuando el norte de la comarca se embriaga de música y folclor, y el ritmo de La Guaneña, ese otro himno nariñense, se desboca por los campos emulando la histeria colectiva de los Carnavales de Enero, cuando blancos y negros se olvidan por unos días de su raza, su política o sus credos.
O si van a Santa Rosa, o a Belén, o a Tangua; si arriban al Rosario, al Tablón o a Aponte; si pernoctan en Policarpa, Cumbitara o El Diviso; si lo hacen en Carlosama, Sotomayor o Samaniego, no comprender en cualquiera de estos parajes el mágico realismo de sus inventores empeñados en buscar la fuente de la juventud eterna; el de los maletines de cuero y los balones encontrados en Venezuela con el sello Made in USA; el de los resguardos indígenas refundidos más allá de las montañas recreándose en su juego autóctono de chaza, cucunabá, o incluso fútbol, mientras se atiborran del chancuco embriagador que ellos mismos preparan; el de la epopeya realizada por los conquistadores y luego por los libertadores y aventureros de todas las raigambres, que destazaron la cordillera para asentar sus fundos en la Ciudad Perdida, ubicada tal vez por las cercanías de Madrigal o Policarpa; o el de la inverosímil labor de un ciego y paralítico que viaja mentalmente por el aire, para curar enfermos, arreglar entuertos, y ejercer a plenitud sus dotes de adivino. 

Nariño no solo es La Cocha, ni Las Lajas, ni el Galeras, ni el Carnaval promocionado de principios de enero, ni el lema ya trillado de ser la región donde empieza Colombia, ni aquella donde habita la ingenuidad, la lentitud, o los amagos infundados de la resignación y la pobreza.
Nariño es un múltiple retazo de ensueños donde habita y labora una raza que no ha vendido aun los ideales, y que ha esperado el tiempo suficiente para señalar que tiene historia, infinitos recursos en su naturaleza, poetas e industriales; dirigentes y esforzados deportistas; técnicos y artistas; y toda una gama de baluartes que aspiran y que esperan una oportunidad sobre la tierra, para que su leyenda sea reconocida.
Sometida al exterminio de las guerras maniqueas que intentaban abolir las cadenas de un sometimiento forjado por la inclemencia de los hombres, la raza nariñense debió levantarse de entre sus cenizas para abolir los decretos del destierro y del olvido con la que fue juzgada por los vencedores de una contienda sanguinaria que se cuenta parcialmente. Debieron levantar cada día la fuerza de su músculo y de su pensamiento para informar que todavía existimos, sufrimos y luchamos, y que este recodo de la tierra que conforma la curva exterior del mapa, en cuyas cercanías se aviene la mitad del mundo, está hecho con la magia de paisajes todavía no descritos, de historias olvidadas o nunca recogidas que transmiten costumbres milenarias pisoteadas por el afán de la codicia. También, de gentes que construyen sus silencios y la magnificencia de sus alegrías, con retazos del maderamen que les provee la tierra, con la imaginación de sus creadores que caminan la placidez de un seguro anonimato y con la fuerza de un espíritu que se niega a los olvidos, porque tiene la certeza de que el futuro habrá de convertirse en una puerta enorme por la que entre la objetividad de la historia, en la que el progreso integral y humanista sea la respuesta a los años de apartamiento y de olvido, con que quiso condenarla la entendible y humana soberbia de los emancipadores.

FOTOS: GOOGLE AÑADIDAS AL BLOG POR EL AUTOR DEL TEXTO
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