DOCE DE ABRIL

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PRESENTACION


Una Semana Santa del 68, tras el paseo familiar que acrecentaba la unión familiar y el crecimiento de los sueños de los padres y el de los niños que por entonces conformaban ese bullangero núcleo, la voz de alerta en medio de un derrumbe al retorno esperanzado a casa, dio a conocer que el corazón del padre había empezado su camino hacia la decadencia, haciendo que el primogénito, a sus doce años, recibiera la carga inaudita de unas responsabilidades de conductor familiar que lo elevaban a un pedestal de fuerza y de actividades que debería acometer, para las cuales nadie, ni él, estaban preparados, y que deberían iniciar su acometimiento tras la guillotina médica del chequeo inicial, que anunciaba la partida irretornable para después de tan sólo ocho días.

Cinco años después, en otra Semana Santa de pergaminos grises y desolaciones no anunciadas. la cuchilla caía y cercenaba de un tajo el transcurso normal de los acontecimientos, marcando una ausencia definitoria que marcó en adelante los caminos de la vida, hasta lograr un incierto equilibrio determinado por las búsquedas continuas y por el transcurrir del tiempo, sólo cuando el entendimiento conoció que esos designios deberían fortalecerla y encontrarle un sentido perdurable para preocuparnos de ella, ya que la muerte llegaría un día para todos de manera inevitable y de distintas formas.

Pero estaría presente el dolor amortiguado del recuerdo que pretende convertirse en esperanza, y que al hacer catarsis con las letras se convierte en un motivo y un mensaje que puede dar consuelo a otros, y en una actividad que internamente con su recorrido remueve las dudas, los reclamos y las culpabilidades, da un nuevo rumbo a las tristezas, y encuentra que en el servicio y en el rumbo de un propósito firme y valedero, se construye el mejor homenaje al dador eterno de la vida, y a quienes iluminándonos con su amor y su presencia en ella, la llenaron de valores, de motivos y de impulso para desarrollarla y construirla.

Estas palabras que vienen, son el reflejo de ese instante ido............

H.A.







Un estremecimiento de aguas represadas recorrió con lentitud mi cuerpo, cuando el Prefecto me hizo señas desde la puerta entornada del aula. "Vaya a la Rectoría" dijo; "lo llaman con urgencia de su casa". La autorización del Hermano para ausentarme de clases no hizo sino acrecentar mis aprensiones, y la sensación de una tormenta en lontananza otorgó tal lentitud a mis pasos, que la situación tantas veces anunciada parecía suspenderse sólo por efecto de la voluntad y los deseos.

La mañana empezó con la tensión de las trescientas dos sucedidas desde aquel Junio, cuando él se llevó la mano al pecho, se detuvo en el descanso de las escaleras, y mirando hacia donde estaba me dijo: "Otra vez, a los cuatro años ha vuelto a repetirse". Aquella ocasión, en ese apartamento que aún esboza su pequeñez en el cerebro, lo ví llegar después del mediodía, sentarse en un sillón sin responder el saludo, y con la mirada perdida entre el matorral de sus tensiones decirme que en una semana ante su partida sin retorno, yo debería continuar unos derroteros y recomendaciones que me elevaban a un sitial inesperado, al insinuarse el manejo de un corcel de trote inquieto que escudriñaba mi desafío de principiante, hasta pasar una prueba en la que la derrota nunca se contemplaría.

Repetida la zozobra podrían pasar cuatro años más, o diez o treinta que más quería, antes que la muerte cercenara el afecto nacido con la sangre, y más que con ella con su compañía; con los caminos que testificaron nuestros pasos juntos; con los salones y calles en las que aferrado a mi nuca dejó traslucir sus temores de adulto; con la ilusión de asociarnos cuando terminara mis estudios, para enfrentar con alegría las dificultades deparadas por las aspiraciones.

Sin embargo esa llamada ponía fin a la tribulación de levantarlo, cambiarle su posición de enfermo en procura de la comodidad, hablarle para pintar un mundo que la realidad iba acabando, llevar los alimentos a su boca para contemplar que cada día era menos su apetito, que su cuerpo macilento sólo era un globo inflado por la muerte a la que se dirigía, y que detrás de su pesadez de mármol sólo quedaba la fragilidad de un esqueleto que a duras penas podía incorporarse.

Cuando a intervalos salíamos todos al colegio, mamá y el más pequeño quedaban para su cuidado, inmersos en la casa de largos corredores poblados de las flores que a través del tiempo ella había conseguido. Su va y viene remolcaba entonces el hogar con los eslabones de la tradición aprendida por generaciones, mientras él, vencido en esa cama de su vida y de su muerte, los ojos cerrados, los labios resecos, los miembros y el abdomen hinchados porque sus líquidos buscaban acomodo en los ciclos de la inercia, se aferraba a la manita de Alejandro evocando su convicción de padre, para que al instante ya no sintiera al niño que en sus tres años acusaba la angustia transmitida, y era oportuno ubicarlo junto a unos juguetes que cada vez fueron menos importantes, porque la madurez nos empujó a todos a ese mundo de arrabal que instantes más allá nos aguardaba.

No sé cuánto demoré hasta la esquina donde a la salida del colegio él me esperaba siempre, para colocar su mano sobre mi hombro y llevarme ante mamá pidiendo por mí un bocado que de nuevo jalonara el mundo. Debió ser media hora, tal vez más, movido por el paso de las tribulaciones. Si fuera una falsa alarma como había sucedido en ocasiones, cuando todos enmudecíamos ante su inmovilidad rebuscando el pulso que con tenue silabeo disponía el enfrentamiento de un cadáver. Pese a ello abría otra vez los ojos, pedía agua, dormía profundo y despertaba telefoneando al médico y diciendo que el trabajo lo esperaba. Volvía el estupor y la alegría, renacía como un tallo la esperanza, la mente desarrollaba fuerzas para impulsar su vida, una cadena humana cercaba su convalecencia para infundirle ánimo, hasta que el médico, como un fiscal maligno, desataba el desespero al dictaminar que se trataban de altibajos de la enfermedad para fortalecerse, y ahora o más tarde retomar la decisión infranqueable de su rapto. Pero era demasiado el desconcierto: ahora la casa agitada como un pulpo se llenaba de gente que corría pretendiendo retener su vida, sin atinar a qué tarea dedicarse y ni siquiera adónde dirigirse.

Transponiendo los portones de la casa llegué frente a las gradas y empecé el ascenso. Recordé aquellas rondas por los consultorios cuando lo acomodaba sobre mis espaldas para trepar un piso, ante la prescripción de que no hiciera ejercicio, ni condujera el vehículo, ni siquiera caminara por las habitaciones, porque la enfermedad lo ordenó con el jadeo de sádico al que lo sometía. Entonces reíamos para no llorar con la inminencia de su postración definitiva, él que nunca se detuvo en el desempeño de sus ejecutorias, convertido en estímulo frente a la apatía y los lamentos dirigidos a la luna, conque las lágrimas de ciego acometían las acciones, a la espera del maná que unos pocos desataban tras los vientos en fuga de su cerebro encendido. Pero ahora junto al lecho admitía que esta realidad nos derrotaba, y que una encrucijada derretía los sueños entre los enredijos de un túnel sin aurora, que sacudía la plenitud de los cimientos tras la erupción para entonces desbordada.

Bastó mirarlo. Recorrer su abandono entre las sábanas y observar los plisados de su rictus. Un color amarillento como nunca antes había visto se concentraba en sus mejillas, y el cierre apretado de los párpados junto a la inmovilidad de su mandíbula desencajada ya para que entrara el aire, hicieron comprender que esto no tenía parecido. Hasta ahora habían vibrado los fragores de la vida. Mis dedos vueltos puño para destrozar la tumba, señalaban la victoria acostumbrándome a tenerlo, a mirarlo en esa cama o de tarde en tarde en una mecedora, ausente y apagado pero nuestro; a saber que estaba allí soportando la tormenta para luego reír, cantar, recorrer los campos de los paseos dominicales, y culminar la ruta de nuestro entendimiento. Resultaba eficaz aquel intento. Había constituido el fuego de eucaliptos para purificar el aire, que ahuyentaba presagios funestos pensando que todo pronto pasaría.

Pero esta vez mis dedos no se apretaron en el ruego, ni mi mente pretendió entenderse con la suya para alejar los llamamientos de la intrusa. Asentí con la cabeza apretando los labios. Aún era débil ese ronquido de tambor por el que huía su vida, y el hecho de que no me hablara, ni reconociera mi voz cuando intenté llamarlo, ni buscara mis ojos para responder la súplica, hicieron suspender cualquier esfuerzo y alejarme de la estancia para admitir que se marchaba, que las promesas y las obligaciones desplegarían su vuelo para enfrentar un destino que no sé quién había dictaminado.

Por aquellas carcajadas del sarcasmo que atornillaron al tiempo la necesaria traída del vehículo desde aquel parqueadero adonde acudí para llevarlo, a la postre no estuve en su presencia; de manera que debí imaginar el esfuerzo de titán cuando volvió su rostro al llamado de mi madre, su incomprensión al agua medicinal que ella le ofrecía, la profunda tristeza repintada en los ojos al anunciar los peldaños de su marcha, y enseguida, la bocanada de sangre con que llegó la ausencia, quedando instalada en la desesperación de ella, la última a quien vio y logró oír antes de doblegar su ánimo; la que venció su invalidez de hierro buscando una respuesta, hasta lograr que sus goznes enmohecidos giraran hacia su voz cargando en el esfuerzo toneladas de aire; la que retuvo para siempre su mirada sin colores, porque su cuerpo ya no respondía y su espíritu marchaba a encontrarse con la toga que decretaba la sobriedad de aquel misterio.

Mamá había acudido esa mañana a observarlo. La sorprendió el silencio y se asombró con su inmovilidad. Un grito estalló en su boca al contemplar la palidez, y la urgencia del teléfono para pedir ayuda obró con la velocidad del desespero. Entonces escuchó un gemido; pero era demasiado el abandono que develó lo escalofriante del momento. Comprobó su ineficacia de reflejos, observó con impotencia que una inflamación avanzaba desde sus pies gastados y con lentitud se introducía por su vientre, escuchó como en un sueño la insinuación del médico de inyectar no sé qué droga para retenerlo en este mundo por tres o cuatro horas más de lo debido, y flotó con la llegada de los primeros familiares empecinados en su comedia insana de cubrir las ventanas y clausurar las puertas.

Como a las diez de la mañana él dio el nombre de un amigo suyo a quien nunca en adelante descubrimos: debía comunicársele su muerte a las tres de la tarde. Previó que no se aplicaría la inyección para suspenderlo en la agonía aquellas horas, y estableció un pacto con todos los relojes para que entonces se paralizaran. Un gran silencio sucedió en ese momento. El telón del escenario se cerraba, pero lejos estábamos de comprender que la separación apenas tenía inicio, y que los años con su martillo lento se encargarían de cincelar las consecuencias. Eramos apenas niños, y ya el drama acercaba sus colmillos para destrozarnos o impulsarnos a la vida, la que escogí al augurar a mi familia la ruta por donde vendrían los empeños.

Enseguida hablamos de su estampa de holocausto. Buscamos construir un lazo que nos uniera siempre, y soñamos diariamente con una meta en la que alcanzaríamos la armonía. Sólo el tiempo señaló que el entusiasmo no es suficiente para enfrentar la vida. Que hacen falta los resortes de la plataforma y esa luz trascendental que determina las estaciones del destino. La senda no resulta continua entre el tiempo y los triunfos: semeja una muralla por la que se trepa hasta descansar algún día en sus alturas. Mas él había sembrado un vigor que doblegaba todo, y un hálito que no tenía retroceso para enfrentar incluso los abismos, manteniendo la fuerza de un velero al que acompaña la validez de la sonrisa.

Cuando llegué a su lado diez minutos después del desenlace, encontré su rostro frío, delgadísimo, con una serenidad inigualable, ausente cualquier huella del antiguo sufrimiento. Parecía imposible que así fuera. La placidez de su semblante, mi rechazo y la incredulidad sólo daban para pensar en un descanso. Pasé un espejo por su boca para buscar su aliento, y resignado enterré para siempre las posibilidades. Indagué si ese imposible era la muerte y alguien preguntó más bien qué era la vida. Salí al corredor y encontré al tío con el que fuimos por la funeraria. No lloraba. Apenas una bruma me invadía resuelto a continuar por entre el tiempo. Busqué vaciar mis lágrimas de niño y encontré las huellas del silencio. Entonces, una llanura fría y desolada se abrió con la incertidumbre de un espasmo, y avanzamos por ella recelosos buscando el regazo que acogiera los esfuerzos…


                                          Pasto, Diciembre 26/85 – Abril 12-14/2017

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abril 13, 2017
22 comentarios:
  1. Arturo, excelente forma poética de recordar los momentos de la partida del padre. Gracias.  Diego Gómez M.
    HECTOR ARTURO GOMEZ MARTINEZ14 de abril de 2017, 20:00
    1. Gracias, por compartir unas palabras alrededor de las nostalgias convertidas en estímulos para continuar la vida. Un fuerte abrazo
      Anónimo19 de abril de 2017, 12:26
    2. Me embelesé en la inconmensurable descripción de los recuerdos, en los que la nostalgia y la esperanza se tomaron de la mano y caminaron juntas....!!! Un abrazo a padre e hijo!!!
    3. Luis Fernando Eraso López de Mesa
    4. HECTOR ARTURO GOMEZ MARTINEZ19 de abril de 2017, 12:27
    5. Tus palabras siempre son apreciadas y bienvenidas. Un abrazo
    6. Anónimo19 de abril de 2017, 12:28
    7. Muy lindo escrito, Poeta
    8. Titi Barón
    9. HECTOR ARTURO GOMEZ MARTINEZ19 de abril de 2017, 12:29
    10. Gracias Para compartir momentos que de una u otra forma pueden resultar comunes. Un abrazo
    11. Anónimo19 de abril de 2017, 13:49
    12. Hetitor. Qué lindo regalo poético al recuerdo de la partida del padre. Se me aguaron los ojos. Un gran amor e inolvidable.
    13. Luzma Villacrez
    14. Anónimo19 de abril de 2017, 13:52
    15. Las palabras tienen la capacidad de hacer sentir como propios los sentimientos o acontecimientos que suceden en nuestra propia vida. Entonces como se ha dicho, ya no son del autor sino de quien las necesita. Un abrazo
    16. Anónimo30 de abril de 2017, 9:01
    17. Poeta. tienes esa hermosa capacidad de hacer aflorar los sentimientos, cuando tus escritos describen cada suceso como si se tratara del nuestro; eres una motivación para quienes nos gusta esta bella práctica.
    18. Anónimo30 de abril de 2017, 12:01
    19. Dímelo a mí poeta, el recuerdo de mi padre vive presente; pero fueron tus palabras que al leerlas en tu escrito me dejaron aflorar sentimientos escondidos por temor al que dirán o quizá a perder mi fortaleza alimentada con orgullo como ejemplo para mis hijas.
    20. Gracias por permitirme disfrutar de esta poesía de recuerdos.
    21. Vilma del Carmen Melo Urresta
    22. HECTOR ARTURO GOMEZ MARTINEZ15 de mayo de 2017, 7:56
    23. Muchas gracias por sus palabras, si las mías han servido para canalizar esos sentimientos y emociones que muchas veces viven represados en nuestro interior, a la espera de las causas solidarias que las refleja y las anima. Entonces habrán cumplido su cometido y su razón para haber sido creadas. Un abrazo
    24. Anónimo26 de mayo de 2017, 5:54
    25. Héctor: Me ha conmovido este texto que traduce estéticamente recuerdos y nostalgias que todos de alguna manera hemos vivido. Tu palabra se vuelve hábil y plástica para describir y pintar de forma trasparente un hecho tan doloroso, como es la pérdida de un ser querido pero en este caso, cuando se pierde el "padre" es mucho más importante, pues simbólicamente se pierde el soporte, el capitán, el camino, la huella, la tabla de salvación diaria. La soledad va más allá, toca los límites de la desorientación como tu mismo lo expresas tan bien. Me gustó mucho. Un abrazo.
    26. Genith Graciela Sánchez Narváez
    27. 26 de mayo de 2017, 5:47
    28. HECTOR ARTURO GOMEZ MARTINEZ26 de mayo de 2017, 6:16
    29. Muchas gracias Graciela por esas palabras. Interpretas de manera poética y sensible todo el dolor y la nostalgia que las palabras buscan transmitir, y que no son más que las reacciones espontáneas y sentidas que desatan los momentos a los que nos enfrenta la existencia; que tras ese proceso vivido, encuentran de nuevo el rumbo y el propósito que ese buen capitán -para entonces ausente- dejó sembrados como semillas de oro en la actitud y la conducta que luego florecen en nuestros corazones.
    30. Anónimo8 de junio de 2017, 16:05
    31. Apreciado Héctor:
    32. Un abrazo profundo. Algunas veces el silencio es la muestra de un convencimiento respecto a que la muerte es sólo un tiempo más de vida en otro espacio.
    33. Corroboro las opiniones sobre tu extraordinaria sensibilidad en la escritura, a la cual agrego la creatividad inmensa que posees y que yo desearía para mis escritos.
    34. Nuevo abrazo y espero saber de ti.
    35. Carlos Santa María
    36. Anónimo24 de junio de 2018, 13:41
    37. Que forma tan magistral de evocar un momento tan doloroso. 
    38. Oscar Jurado. 
    39. Anónimo24 de junio de 2018, 13:44
    40. Gracias por compartir. He revivido angustioso desenlace, la partida de mis seres amados a quienes la muerte me arranco.Fuerte abrazo amigo. 
    41. Patricia España
    42. HECTOR ARTURO GOMEZ MARTINEZ24 de junio de 2018, 13:45
    43. Muchas gracias siempre querida y recordada amiga de hoy y siempre. Un especial saludo y un fraternal abrazo


          1. Igual que el mío. Hago esfuerzos cada día y cada momento para que su ausencia no lo sea        María Elena Ortega

            1. Arturo, después de leer esa descripción mágica de ese ineludible momento de la partida de Pepe Gómez, tu padre como cariñosamente le decíamos, es inevitable volver a vivir esos trágicos momentos; pero de igual manera es recordar a ese ser lleno de principios, valores, disciplina; que infundía respeto y admiración; todo lo cual aunado a la pujanza de la tia Chela, hoy se reflejan en la grandeza de sus hijos .Felicitaciones
            2. Gracias por evocar esos nombres familiares que tanto nos enseñaron y unieron. Que nuestras palabras continúen la senda de la convocatoria a los afectos y expresiones de la familiaridad,la amistad y la convivencia siempre compartidas. Fuerte abrazo y espero suscribas tan significativo mensaje con tu nombre Muchas gracias.

              1. Ya leí el escrito donde describes la muerte del padre... me dio nostalgia porque describes ese acto tan humano y tan doloroso como la partida de un ser querido... Me recordó a mi padre y se me aguaron los ojos. Eres un gran poeta. 
                Adriana Patricia Barahona
              2. Hector simplemente bendiciones por este gran homenaje a todos los padres que con su vida marcan la vida de sus hijos. Felicidades por siempre.
                 Pilar Chávez




Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Mi querido y bello amigo Hector. Te abrazo desde la distancia. Espero te encuentres muy bien. Salúdame a tus hijos. Bendiciones 🙏😘⚘🍃🙅‍♀️🙏

Ingrid Ximena Valencia
Anónimo ha dicho que…
Gracias por hacer sentir con bellas palabras la partida de nuestros seres queridos. Un abrazo para un gran poeta....

Marta Cerón
Anónimo ha dicho que…
Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.
Anónimo ha dicho que…
Un abrazo querido Héctor Arturo. Sé de esos recuerdos
Y muchos abrazos más.

Ricardo Torres Gavela
Quito Ecuador
Anónimo ha dicho que…
Héctor, Muy emotiva y sensible retrospectiva, como homenaje a la memoria de tu padre.

Saludos.

Jorge idrobo burbano
Anónimo ha dicho que…
Buenas tardes😁 leyendo... Recordé cuando me contabas apartes de tu vida... Aquellas que te marcaron de forma definitiva... Escribes muy bien!👌🙏

Adriana Barahona
Anónimo ha dicho que…
Un abrazo a la distancia

Silvia Santacruz Ibarra
USA
Anónimo ha dicho que…
Compañero Héctor, quienes hemos padecido la partida de los seres que amamos, podemos entender lo triste que se torna la vida en esos momentos y más en tu lugar, empezando a vivir.
La narrativa revela una situación que todos tarde o temprano tenemos que padecer, bien sea despidiendo a un ser querido o igual seamos nosotros a quienes nos toque partir, por está razón que todo sea en vida, que disfrutemos más todos los instantes y hagamos de cada segundo un encuentro con la felicidad, sin preocuparnos tanto y dejando a un lado todo lo que signifique complicaciones.
Un gran abrazo y adelante con su poesía, su música, su vida.

VÍCTOR HUGO MORAN
Compartir es la manera solidaria de redistribuir penas y alegrías y la literatura es la manera de volver común la expresión de los sentimientos y emociones que algún día quisimos decir y no lo hicimos por múltiples razones, o al menos no como esa expresión poética ahora lo manifiesta. Pero adoptamos esas expresiones que entran en nuestro corazón y entendimiento para volverse propias, personales y en ese momento ya no son solo del autor sino de quien se apropia de ellas y las vuelve suyas, para expresar sentimiento que un día se quiso decir. Ahí la palabra habrá cumplido su compromiso sanador para el autor y el lector que las adopta, convirtiendo ademas el dolor en arte o al menos intentandolo. Gracias por su opinión acogida con el respeto y la admiración de siempre HECTOR ARTURO
Anónimo ha dicho que…
Muy bonito
Gracias por compartir

María Teresa Hidrobo
12 de abril de 2023, 13:23
Anónimo ha dicho que…
Mis saludos amigo poeta Héctor Arturo. Gracias por compartir tus alegrías y tristezas. Está volando muy alto tu querido padre. Hermoso relato escrito con un sentimiento que te sale del corazón. Es la ley de la vida pero ahora sabes que cada momento de la nuestra hay que reír, comer rico, pasear con alegría y ver todo lo que Dios nos regala en cada día de vida, hacer lo que nos gusta y dejar algo como un libro; yo soy pintora y con mis pinturas te acompaño en tu dolor porque sé lo que es eso cuando se van nuestros padres y siempre pensé porque no les dije esto o aquello...lo que te puedo decir es que vos tenes fuerza y debes pensar que tienes tu familia. Hasta pronto amigo quizás el otro año vaya a Quito un abrazo.

Janet Navarro Gálvez (Perú)
😘😘😘🌹🌹🌹😘😘😘
Anónimo ha dicho que…
Recuerdo Héctor cuando su señor Padre murió, mi Papá le dijo a mi hermana que llevara a casa a la compañerita que perdió al Papá. Así se hizo y se la recibió con mucho cariño. Fuerte abrazo.

ALVARO CAICEDO BRAVO
Claro que si: imagínese quién iba a pensar que días después, su familia iba a perder también a su padre. Los recordamos con mucho cariño y afecto. Cecilia y Sandra eran grandes amigas y permanecen en los recuerdos de esa época donde iniciaban nuestras vidas. Fuerte abrazo H.A.

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